Cada otoño Los Cucufatos, el inseparable grupo de amigos de Lagunilla del Jubera, reanudan su costumbre de explorar nuevos rincones de Navarra. En esta ocasión, bajo la atenta organización de Miguel y Cristina, pusieron rumbo al Valle de Baztán, en busca de uno de sus lugares más emblemáticos: la Cascada de Xorroxin.
Era mediados de octubre, y el paisaje se desplegaba en un equilibrio perfecto entre la melancolía del otoño y la vitalidad de la tierra húmeda. Los bosques de Erratzu se vestían de tonos rojizos y dorados, mientras las praderas permanecían verdes, salpicadas de ovejas que pastaban en calma bajo un cielo bajo y luminoso.
La ruta comenzó en el propio pueblo de Erratzu, entre callejuelas empedradas y balcones floridos, siguiendo las señales que conducen hacia el bosque. Al cruzar el puente del Aranea, el murmullo del río se convirtió en un compañero constante. Pronto dejaron atrás el asfalto para internarse en un sendero cubierto de hojas, donde robles, hayas y castaños formaban un techo natural que filtraba la luz del sol.
A medida que avanzaban, el aire se volvía más fresco, impregnado de humedad y del aroma profundo de la tierra. El camino a Xorroxin se mostraba sereno, bien señalizado, pero impregnado de una belleza salvaje. En cada curva, el valle ofrecía un nuevo contraste: el crujido de las hojas y las bellotas al pisar, el sonido de un arroyo oculto o el vuelo repentino de un mirlo negro.
En estas tierras, cuentan que habita el Basajaun, el guardián del bosque, protector de los caminantes y de los secretos de la naturaleza. También se dice que en las montañas cercanas vivió el Tarttalo, el cíclope solitario de las cuevas, y que los sueños de los durmientes son visitados por Inguma, el espíritu invisible del aire. Son leyendas que acompañan a quien recorre estos parajes, y que parecen cobrar forma entre la bruma y el rumor del agua.
Tras cruzar el puente de madera, el sonido del río se transformó en un estruendo cristalino. La Cascada de Xorroxin apareció entonces, cayendo entre rocas cubiertas de musgo, rodeada de helechos y líquenes, en uno de los rincones más bellos del Baztán. El agua descendía con fuerza, reflejando la luz cambiante del bosque, como si la propia naturaleza celebrara su eterna juventud.
El regreso, por Gorostapolo, ofreció una panorámica serena del valle. Los caseríos, las colinas cubiertas de pastos y el aire fresco del mediodia acompañaron el final de la ruta. Los Cucufatos regresaron con el corazón lleno de calma, conscientes de haber vivido una de esas experiencias que se guardan en la memoria con el paso del tiempo: una jornada de amistad, belleza y respeto por la tierra navarra.
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