Hay coches salvajes, coches que impresionan… y luego está el Ford Mustang Hoonicorn, ese clásico de 1965 que Ken Block transformó en un monstruo que parece salido de un mundo donde las reglas de la física son opcionales. Su fama explotó desde que apareció en la Gymkhana 7, donde hasta Lewis Hamilton confesó haber sentido la tentación de comprarlo. Al final no le cuadraron los números —que ya dice mucho de lo “económico” que debe ser el juguetito—, pero es fácil entender por qué quedó prendado.
El primer Hoonicorn ya era una animalada: motor atmosférico de 845 caballos, chasis tubular, secuencial de seis marchas y tracción total. Era ligero, agresivo y perfecto para hacer derrapar hasta la pintura del suelo. Pero aunque ya era de por sí una locura técnica, a Ken Block siempre le gusta ir un paso más allá, y esta vez decidió que quería algo todavía más bestia.
Y aquí entra en escena lo que realmente define al Hoonicorn V2: su sobrealimentación extrema. Porque no estamos hablando de un turbo grande o un par de turbos discretos escondidos entre tubos y colectores. No. Estamos hablando de dos turbos gigantescos que literalmente asoman como dos chimeneas del infierno por encima del capó. Son enormes, descarados y forman parte del espectáculo visual del coche. No están ahí para decorar; están ahí para disparar la potencia hasta los 1.400 caballos. Sí, has leído bien: mil cuatrocientos.
Los preparadores americanos cogieron el motor V8 y decidieron que la mejor manera de llevarlo al siguiente nivel era meterle presión hasta que rugiera como un demonio. Estos turbos no solo “soplan”: devoran aire para convertirlo en una explosión continua de potencia brutal. Además, para que semejante bestia no se desintegre, el coche ahora funciona con metanol, un combustible perfecto para motores sobrealimentados que necesitan mantenerse fríos y estables incluso bajo presiones altísimas.
El propio Ken Block confesó que la idea de los dos turbos visibles surgió porque necesitaba más potencia para un nuevo proyecto de vídeo. Quería algo visualmente impactante y mecánicamente salvaje. Mandó la idea a su equipo, y ellos no solo la aceptaron, sino que le devolvieron un coche que parece sacado directamente de una película de acción extrema. Viéndolo, queda claro que la palabra “moderación” no existe en su vocabulario.
El Hoonicorn que también corre en slot
Aunque parezca mentira, este mito de la sobrealimentación también dejó huella en su versión en miniatura. En 2020, en un grupo de Facebook, vi un sorteo con un coche de slot que me dejó clavado. Era exclusivo, precioso y además tenía una historia especial detrás. Y mira tú por dónde… gané el sorteo.
El creador, FeshFesh Slot, me contó que era su primera resina, para la que estuvo casi dos años aprendiendo. Ese esfuerzo, esa dedicación y la ilusión que puso hacen que este cochecito tenga un significado especial.
Y por eso escribo esto: para que vea que el Hoonicorn, ya sea soplado por dos turbos gigantes o en miniatura, sigue siendo inolvidable.





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