En la localidad inglesa de Solihull, sede de la Sección de Vehículos Especiales de Land Rover, se escribieron muchas de las páginas más emocionantes del automovilismo de aventura. Desde allí salían, año tras año, los vehículos destinados al Camel Trophy, el legendario evento que, entre la década de 1980 y finales de los 90, llevó al límite a pilotos y máquinas por algunos de los entornos más hostiles del planeta.
La organización del Camel Trophy solicitaba lotes especiales de vehículos —adaptados y reforzados— que variaban según el modelo disponible en el mercado. Hasta 1994 se utilizaron los Discovery 200 Tdi, y a partir de 1995, los Discovery 300 Tdi. De cada serie se fabricaban decenas de unidades: unas para los convoyes y equipos oficiales, y otras para la logística de selecciones internacionales, entrenamientos y promoción del evento en distintos países como Inglaterra, Italia o Turquía.
Uno de esos coches, hoy con matrícula histórica española, es el protagonista de esta historia. Aunque no fue utilizado por un equipo participante en las expediciones, sí desempeñó un papel crucial en las fases de selección de los pilotos. Según los indicios, este Discovery 300 estuvo presente en Estambul en 1995 y, probablemente, también en Sevilla, que acogió las pruebas durante dos años consecutivos.
El dato más revelador es su número de chasis: apenas dos cifras lo separan del vehículo que formó parte del equipo canario ese mismo año. Esto confirma que ambos salieron casi al mismo tiempo de la línea de montaje, con una vocación común: ser parte del Camel Trophy.
Desde entonces, este Land Rover ha vivido una travesía internacional: comenzó con matrícula británica, pasó por manos de dos propietarios franceses, y finalmente recaló en España. Su estado de conservación, era bueno y puede deberse precisamente a que no fue uno de los vehículos sometidos a las duras condiciones de la competición, donde muchos acababan seriamente dañados, reduciendo a muy pocas unidades en marcha en todo el mundo lo que hace más exclusivo está unidad.
Aún así hubo que hacer y exhaustivo trabajo de restauración.
Pero esta historia no se queda en el pasado. Gracias a la generosidad de su actual propietario, mi amigo José Luis, pude disfrutar de este trozo de historia durante un evento Off Road celebrado en la localidad Navarra de Los Arcos. Fue mi bautizo en el mundo del todoterreno, y no podía haber sido más especial: recorrimos 60 kilómetros por pistas y caminos que, si bien no eran la selva del Amazonas ni el desierto de Mongolia, despertaron en mí ese mismo espíritu de aventura y camaradería que definió al Camel Trophy.
Durante la jornada, sentí lo que hace único a este tipo de vehículos: su capacidad para superar obstáculos no solo físicos, sino también mentales. Son máquinas que transmiten confianza, pero también una historia. Y este Discovery, en concreto, lleva inscrita en cada tornillo la memoria de una era dorada del automovilismo de aventura.
Así, entre números de serie, matrículas extranjeras y una trayectoria internacional, este Land Rover no solo cuenta su historia: revive la de un evento icónico y la de todos los que, como yo, hemos tenido la fortuna de formar parte —aunque sea por unas horas— de su legado.
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